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Encuentros, amores y complicidades con Bellini y Marái


Amores y desamores, desencuentros, encuentros y complicidades se dan a veces la mano. En determinados momentos la línea que une o separa el amor y el odio, la amistad o la rivalidad, la pasión o el desafecto es tan sutil que un gesto o una pequeña acción en una u otra dirección determina el paso de una a otra. En esta entrada un texto del escritor Sándor Márai y un dúo de la Norma de Bellini nos muestran la sutil frontera que existe entre estas sensaciones.



El escritor húngaro Sándor Márai, posee una prosa que cautiva con la magia de lo que se ha llamado la gran literatura. Sus obras tienen estructuras similares, con extensas conversaciones y prolongados monólogos, plenos de pensamientos interesantes. Una vez comenzadas a leer son realmente absorbentes. Sus personajes siempre cautivan y seducen y nos evocan el recuerdo de los años de entreguerras en la cosmopolita Europa central.




Después de haber presentado la inigualable aria de Norma en El misterio de la luna llena, esa Casta Diva volvemos a la ópera Norma de Vincenzo Bellini, una de sus más celebradas obras junto a La Sonnambula y, sobre todo, I Puritani.
Uno de los momentos cumbres es el dúo Mira, o Norma entre la protagonista y Adalgisa, su rival. Se trata de uno de los momentos más cargados de emoción de toda la obra.
Norma, la sacerdotisa gala, enamorada del romano Pollione y con dos hijos secretos de él, ha descubierto que su compañera Adalgisa es la nueva amante de éste. Tras un momento de desesperación, intenta matar a sus dos hijos. Es en este momento cuando se produce la escena entre ambas. Durante el dúo, la rivalidad entre ambas mujeres se convierte en un pacto de amistad, uno de los momentos que mejor recogen la amistad desinteresada entre dos personajes femeninos de toda la producción operística del siglo XIX.


La pieza, en una magnífica versión de concierto, vuelve a estar interpretada por Anna Netrebko en la voz de Norma y Elina Garança, en la de Adalgisa. La intimidad del momento viene reflejado por la delicadeza de la melodía, especialmente en la primera parte y por el acompañamiento orquestal, que en ciertos momentos se limita a las cuerdas e incluso llega a desaparecer. Se trata de uno de esos momentos inigualables y mágicos que nos regala el repertorio operístico. Es imposible transmitir la complicidad de los personajes sin que exista entre las intérpretes.



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