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Luna, nos hemos robado nuestros sueños

Nos hemos robado nuestros sueños. El sueño nos ha robado los sueños.
Nos encontramos en un mundo intenso, asfixiante, veloz, que nos controla el tiempo, lo que hacemos o incluso hasta lo que debemos pensar.



No solo nos maneja de esta forma, sino que le permitimos que nos robe los momentos que tenemos para nosotros, esos que pertenecen a nuestra más íntima persona. Este sueño, el que nos hace dormir, en el que nos envuelve, a la búsqueda de las grandes audiencias vacías mediante el espectáculo televisivo, los multitudinarios acontecimientos deportivos o las grandes producciones cinematográficas que nos ocupan todo el tiempo del que disponemos para nosotros mismos, nos quitan nuestros sueños y los momentos para encontrarnos con nosotros mismos, con quienes compartimos nuestra vida, para acercarnos a la reflexión, a la contemplación y confrontación de otros pensamientos a través de la lectura o la búsqueda de nuestra propia interiorización. 
Parafraseando a Murakami, si sólo ves lo mismo que ven los demás, sólo puedes pensar lo mismo que los demás.



El crepúsculo y la noche son momentos oportunos en los que buscar nuestros sueños y no dejarnos arrastrar por esta sociedad del espectáculo, aunque todos necesitemos el merecido descanso a las jornadas interminables. Los sueños, nuestros sueños, los alimentamos en los momentos de reflexión.
Después de dedicarle una entrada en este blog en Luna llena, esa Casta Diva vuelvo a fijar la atención en nuestro satélite en estos momentos en que se muestra ante nosotros en su plenitud luminosa.





José Asunción Silva es un poeta colombiano de la segunda mitad del XIX adscrito al estilo modernista, que se movió entre la escritura poética, la ocupación diplomática y algunas extravagantes iniciativas industriales antes de finalizar su vida bruscamente en los últimos años del citado siglo. El poema que sigue, Crepúsculo, con el mismo título que otro conocido poema suyo, apareció, pleno de melancolía, en Lecturas dominicales, el suplemento literario del diario El tiempo



Rusalka es la ópera más conocida de Antonín Dvorák, el autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Es ópera, escrita en checo, presenta la dificultad del idioma tanto para intérpretes como para público. Destaca su emocionante aria Canción de la Lunauna cautivadora melodía que se ha convertido en pieza clave del repertorio de recitales de las grandes sopranos.
Rusalka, una ninfa acuática confía a su padre que se ha enamorado de un príncipe y que desea convertirse en humana para abrazarlo. Tras advertirle que si lo hace se hará mortal, la dirige a Jezibaba. Rusalka canta en ese momento Mesicku na nebi hlubokem (Canción de la Luna) pidiéndole a ésta que le cuente al príncipe su amor.

La soprano americana Renée Fleming es de las cantantes que tiene en su repertorio, no ya el aria, sino esta y otras óperas en checo, un idioma poco habitual en el repertorio internacional. 
El enlace pertenece a una interpretación extraída de la producción que dirigió James Conlon en 2002 con la Orquesta y Coros de la Ópera Nacional de París y de la que existe un registro en Youtube con la obra completa subtitulada.


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